MI TÍA ENRIQUETA

En el lugar más recóndito de la vereda del río, descubrí el paisaje que había pintado tía Enriqueta en el encierro de su habitación sin vistas. Le dedicó veinte años de su vida. Las pinceladas se acumulaban como se acumulan las casualidades de la vida, me decía bajito. Sentada a su lado, observaba el movimiento de su mano al arrastrar el pincel por el cuadro; mientras, ella murmuraba hechos pasados que traducía en colores hirientes o colores pastel, según su ánimo. Al terminarlo, un hermoso montón de manchas coloreadas me golpeó la vista, y fui corriendo al lugar que ella llamó ‘Paisaje de mi existencia’. Por fin lo había encontrado.

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