Collage imágenes de Hitchcock, chica leyendo, papel rasgado, con imagen de un hombre asomado a un palco y bailarinas de ballet en blanco y negro. Loco Mundo Arte y Bohemia

Las "petit rat" o las bailarinas del ballet Romántico de París

Eran jóvenes, hermosas, gráciles y… pobres. El teatro, y sobre todo la danza, les permitía exhibirse para atraer la atención de los ricos caballeros. Entre estos hombres ociosos estaba muy extendido tener un romance con las artistas del teatro, mientras que para ellas la danza era la única posibilidad de escapar de la miseria. Eran una presa fácil para estos adinerados espectadores que podían encumbrarlas al éxito o, de no hacer lo que se les pedía, que cayeran en el olvido. A principios del siglo XIX en París se las conocía como las “petit rat” (pequeñas ratas), jóvenes estudiantes de la escuela de baile de la Ópera de París.

Pero retrocedamos tres siglos, antes de que Edgar Degas pintara sus famosos cuadros de bailarinas hacia 1870-80. En sus comienzos el ballet no era ni blanco ni femenino. Empezó como una disciplina donde solo actuaban los hombres, tanto en los roles masculinos como femeninos. Aunque Luis XIV decidió profesionalizarla en 1661 con la primera Academia Real de Danza, no fue hasta el siglo XVIII cuando las mujeres entraron en escena. En un principio el ballet comenzó como una representación cortesana para glorificar al soberano, por lo que los pasos eran ceremoniosos y encorsetados. Por aquel entonces las bailarinas vestían igual que sus espectadoras: subidas a unos tacones y con vestidos complejos al estilo de María Antonieta. Con el tiempo, el ballet necesitó que la ropa fuese más cómoda ya que la libertad de movimientos se hizo imprescindible para poder bailar.

Y llegó el Romanticismo, y con él las figuras de elfos, espíritus, hadas… fue durante esta época cuando las mujeres eclipsaron a los hombres. Su ligereza y la nueva técnica de la danza sobre puntas, hacían que estas fueran idóneas para encarnar mejor aquellos personajes románticos. Sus compañeros quedaron relegados a un segundo término, cuyo papel consistía sobre todo en sostener a las bailarinas, elevarlas y acrecentar aún más su levedad. Habría que esperar al siglo XX para que se volviera a aclamar la figura del bailarín.

Esta nueva ligereza que se impuso con el Romanticismo liberó a las bailarinas de todo peso inútil en su calzado, ahora sin tacón ni plataforma, y en sus trajes, que se redujo a un corselete sin mangas y una falda amplia de muselina. Esta se ahuecaba con cada cabriola, pronunciando la sensación de ingravidez y enseñando más las piernas que, aun cubiertas con medias, rompían con las reglas del decoro impuestas a las damas del siglo XIX que tenían prohibido enseñarlas.

Luis XIV en el Ballet de la nuit (1653) de Lully
Luis XIV en el Ballet de la nuit (1653), de Lully
Edgar Degas. Tres bailarinas practicando un ejercicio en el hall. 1880. París
Edgar Degas. Tres bailarinas en un ejercicio en el hall. 1880. París

Sabías que... La indumentaria por antonomasia del ballet

Fue a comienzos del XIX cuando desaparecen los tacones en favor de las zapatillas planas combinadas con medias, y cuando se impone la primera idea del tutú. Concretamente con una bailarina y una obra asociadas: Marie Taglioni La Sylphide, en 1832. Ahí fue cuando se ideó el característico atuendo del ballet: de color blanco, corpiño de seda y falda de tul.

(Pablo Pena, historiador experto en el Romanticismo.)

El ballet adquirió así una nueva fuerza de atracción para aquellos hombres acomodados de mediana edad que, más que la danza, lo que iban a ver era la desnudez de brazos y piernas de las bailarinas. Como abonados, alquilaban un palco e incluso tenían acceso al foyer de danse, un espacio reservado a las madres de las bailarinas y a estos distinguidos caballeros. En realidad era una sala de citas donde alternar con las jóvenes, abierta en los entreactos y al final de la representación. Es curioso señalar que cuando se construyó la Ópera de Garnier, actualmente todavía en uso, en las condiciones del concurso para su construcción se detallaba que los palcos debían estar precedidos por un saloncito donde los espectadores podían retirarse a charlar.

Sabías que... La impuntualidad como norma

Estos ricos acomodados solían llegar tarde a los eventos. Es por ello que el ballet no debía comenzar antes del segundo acto. Y esta fue la causa principal del fracaso de Tannhäuser en su estreno de 1861 en París, ya que Richard Wagner tuvo la idea de pasar el ballet al primer acto lo que provocó la indignación y el abucheo del público.

Aquellas bailarinas delgadas, casi transparentes, procedían de las clases más pobres de París. Si tenían suerte, podían ingresar en la escuela gratuita de danza siendo niñas, convirtiéndose en la mayor esperanza para sus familias de salir de la miseria. Sin embargo, su vida diaria era poco envidiable: a menudo mal alimentadas y con poca ropa, pasaban el día ensayando y por la noche en el escenario de la Ópera, sin opción de decidir nada y sin tocar un franco de lo que ganaban, que iba a parar a sus padres.

«La verdadera Rata, en buen lenguaje, es una niña de siete a catorce años, una estudiante de baile, que utiliza zapatos usados ​​por otras personas, chales desteñidos, sombreros de hollín, que huele a humo de quinqué, tiene pan en los bolsillos y pide seis centavos para comprar dulces; la rata hace agujeros en las decoraciones para ver el espectáculo […]; se supone que gana veinte sous por noche, pero a través de las enormes multas en que incurre por sus trastornos, recibe solo de ocho a diez francos al mes y treinta patadas de su madre.» (Néstor Roqueplan para el periódico Les Nouvelles à la main, 1840)

Estas bailarinas buscaban ante todo escapar de la pobreza: convirtiéndose en grandes estrellas o haciéndose con los favores de un rico admirador. Necesitaban su protección para huir del hambre. Y esta protección servía de pasatiempo a los ricos caballeros ociosos de buena familia.

Veinte años después del artículo escrito por Néstor Roqueplan, Théophile Gautier también designará, en Le Rat, a estas pequeñas bailarinas como “pobres niñas, criaturas frágiles ofrecidas en sacrificio al Minotauro parisino, este monstruo mucho más formidable que el antiguo Minotauro, y que devora vírgenes por cientos cada año sin que ningún Teseo venga en su ayuda.

A finales del siglo XIX todo París se había contagiado de la “fiebre del ballet romántico”: con sus bailarinas de largas piernas, movimientos gráciles y la miseria como trasfondo.

Sabías que... El ideal femenino

Fue en el Romanticismo cuando surgió la imagen de la mujer ideal. Las obras que se representaban en el ballet romántico reforzaban esa imagen: las protagonistas eran jóvenes débiles y vulnerables, fácilmente impresionables. El prototipo tuvo su origen en dos obras: La Sylphide y Giselle, en ellas la gracilidad de movimientos de sus bailarinas subrayaban ese carácter etéreo y delicado que se asoció a la feminidad. Y ese ideal no era otro que el de una mujer dócil y sumisa.

(Pablo Pena, historiador experto en el Romanticismo.)

Ballet Giselle artista: Carlotta Grisi. 1841

Giselle (Ballet). Estrenada en 1841 en la Ópera de París. Interpretada por los bailarines: Carlotta Grissi y Lucien Petipa.

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Ballet La Sylphide bailarine Marie Taglioni. 1832

La Sylphide (Ballet). Estrenada en 1932 en la Ópera de París. Interpretada por Marie Taglioni.

Atribución imagen:MAS Estampes Anciennes – Antique Prints since 1898

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