Luis XIV el rey Sol con farola gigante y fondo ciudad iluminada de noche con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman de Casablanca. Surrealismo. Loco Mundo Arte y Bohemia

PARÍS: POR QUÉ LA LLAMAN LA CIUDAD DE LA LUZ

Cuando estás preparando la maleta para realizar ese viajecito a París que tanta ilusión te hace, lo primero que se te ocurre es mirar el tiempo que va a hacer, y es ahí cuando te das cuenta de que en París la mayor parte del año el cielo está nublado. Entonces ¿por qué la llaman la “Ciudad de la luz”?

Retrocedamos unos cuantos siglos, concretamente a finales del siglo XVII, a la Francia del rey Sol: Luis XIV

En ese tiempo, la oscuridad de la noche solo era interrumpida por el resplandor de una hoguera, por la claridad de la luna llena, por la llama temblorosa de una vela. Las noches estuvieron llenas de negrura durante la mayor parte de la historia de la humanidad, y las calles apenas estaban iluminadas por el vago centelleo que arrojaban las ventanas de las casas —también mal iluminadas por las velas. Salir a esa noche tenebrosa de callejuelas laberínticas era todo un reto, no solo por los tropiezos al tener que caminar a oscuras, sino porque la noche se llenaba de sombras que se traducían en peligro, ya que los ladrones estaban por todas partes.

Sabías que... Las velas en las casas

La cantidad de iluminación que había en una casa era un indicador de su estatus. Así, campesinos y gente menos afortunada se iluminaba con velas de junco, más baratas. Eran tiras untadas de grasa animal que, además de dar una luz irregular, apestaban. A su vez, los juncos se recogían una vez al año, en primavera, por lo que había que racionar la iluminación el resto del año. Los más acomodados utilizaban las velas de cera de abeja. Eran cuatro veces más caras, pero proporcionaban una luz regular y se consumían más despacio.

En este contexto, Luis XIV, un monarca de gustos refinados, amante del lujo, la moda, el arte y, sobre todo, de las fiestas y el bullicio de la ciudad, se negaba a aceptar que ese ir y venir de la gente quedase paralizado tras la puesta de sol. Había que poner remedio.

Y LUIS XIV DIJO: ¡HÁGASE LA LUZ!

Fue así como de la mano de este rey astuto y caprichoso, empeñado en que París fuera una ciudad luminosa y segura para salir por la noche, se creó el Centro de Portadores de Teas y Faroles: una serie de empleados que con antorchas, se situaban en los puntos neurálgicos de la ciudad para acompañar a los paseantes nocturnos hasta su casa. La medida resultó un éxito, y aunque el servicio de portadores no era barato, la demanda fue en aumento. Por desgracia, a veces estos portadores de teas, a menudo unos niños, no eran de fiar ya que guiaban a sus clientes hacia callejones donde, ellos mismos o sus cómplices, los desvalijaban de sus posesiones.

Sabías que... Las teas

Las teas solían ser un trozo de madera con algo de fibra enrollada e impregnada en aceite o cera que, por su llama incontrolada, muchas veces resultaban peligrosas, pues apagarlas no siempre era una tarea fácil.

 

 

UN CAPRICHO DEL REY SOL: EL PRIMER ALUMBRADO PÚBLICO

Fue por todo lo anterior, que el rey mandó idear un sistema fijo de faroles. Nació así el primer alumbrado público del mundo, inaugurado en 1667, con más de 2.700 faroles de aceite colgados de las fachadas de las casas. Esto acarreó algunas broncas entre los vecinos pues debían turnarse para encender, apagar y limpiar las lámparas a diario. A medida que el hollín se acumulaba, un farol podía perder hasta el cuarenta por ciento de su potencia lumínica. A pesar de todo, pronto se vieron beneficiados porque disminuyeron notablemente los robos.

La vida en la ciudad más poblada de Europa, con casi 400 mil habitantes, se transformó. Sus avenidas iluminadas invitaban a los transeúntes a pasear por sus calles, y los comercios comenzaron a abrir sus escaparates para que la gente pudiera admirar su mercancía: perfumes, zapatos, telas, sombreros, pelucas… Tabernas y cafetines permanecían abiertos más allá de la puesta del sol y los primeros restaurantes comenzaron a prodigarse.

París era la única ciudad del mundo en la que salir de noche ya no era un peligro, y se convirtió en un flujo constante de turistas que acudían, entusiasmados, a ver la Ciudad de la Luz.

Sabías que... Las antorchas en las calles

A finales del siglo XVII, París disponía de más de 6.000 antorchas de aceite suspendidas a 4 metros de altura, que podían descender para su mantenimiento gracias a un sistema de poleas.

Más tarde, a principios del siglo XIX, los faroles de gas sustituyeron a los de aceite —sobre todo para la calle— y no fue hasta la época de la Belle Époque, a finales del siglo XIX, cuando más de medio millón de bombillas volvieron a hacer de París la ciudad más deslumbrante de Europa… pero esa ya es otra historia.

Fuentes:

Areilza, José María de. Luis XIV, el Rey Sol

Bryson, Bill. En casa

Últimas Entradas