La Bohemia, foto blanco y negro con gente en la terraza del cabaret Lapin Agile, con cielo del cafe la nuit de Van Gogh y Bailarines. Escena de noche.Loco Mundo Arte y Bohemia

LA BOHEMIA: ALEGRE, LOCA Y GRIS

Las voces se oían nada más doblar la esquina. No había hecho falta buscar demasiado. Ahí estaban, en el Lapin Agile (el conejo de Gill) de Montmartre, un cabaret reconvertido que había pasado de Cabaret des Assasins(adornado con litografías de los grandes asesinos, y donde siempre se presenciaba alguna que otra riña sangrienta), a ser, de la mano de Père Fredé (pintor y ceramista), un cabaret literario para bohemios donde se podía cenar en la pequeña terraza, bajo una vieja acacia, por apenas un par de francos.

Su discurso era inconfundible por lo reiterativo, sobre todo cuando llevaban unos cuantos vinos de más. Esas tertulias siempre acababan igual. Empezaban hablando de arte, cada cual defendiendo su estilo, sus colores, sus formas; hasta llegar a las injusticias sociales pertrechadas a trabajadores, artistas, intelectuales…  todos ellos incomprendidos y siempre soñadores. Remataban la faena con alguna poesía, la mayoría de las veces improvisada. Arreglaban el mundo a su manera.

Después, se deshacía el grupo. Unos marchaban, brazo en hombro, a seguir la algarabía en otro cabaret, quizá el Moulin Rouge, que acababa de abrir sus puertas y hablaban muy bien de sus números musicales. Había que ir a conocerlo. Otros arrastraban sus pies hacia sus paupérrimos estudios, quizá a seguir con alguna pintura que dejaron inacabada, hartos de intentar algo nuevo. Es de noche, las velas están repartidas por el suelo. Hay que seguir pintando, hasta que algún color o forma salten de la tela para ser los protagonistas de un nuevo arte. Queda mucha noche por delante. Quién sabe…

Corría el año 1889 y había todo un mundo nuevo por investigar. Estaba a punto de nacer el Arte Moderno, y una nueva forma de vida se estaba gestando: la vida bohemia.

MONTMARTRE: EL NUEVO BARRIO DE LOS ARTISTAS

París, la ciudad más alabada, reproducida, cantada…. donde literatos, músicos, pintores y también prostitutas, mendigos y granujas, poblaron sus barrios más famosos: Montmartre, el Barrio Latino y Montparnasse.

Y es que, para comenzar a hablar de la bohemia hay que empezar hablando de su principal protagonista: París, la ciudad que acogió a tantos soñadores que acabó, ella misma, convirtiéndose en un sueño.

Todo comenzó en la época en la que Napoleón III encargó al Barón Haussmann hacer de París la ciudad más bella de Europa (Ver Belle Époque I: Años de Vértigo). Fue hacia 1860 cuando el centro de la ciudad, un entresijo de calles estrechas e insalubres al más puro estilo medieval, fue derribado para construir los grandes bulevares de amplias avenidas arboladas. Surge así el nuevo París, con su arquitectura residencial tan característica, dispuesta para acoger a la nueva burguesía cada vez más numerosa y más rica, y del que tuvieron que huir los habitantes más desfavorecidos en busca de alojamientos más baratos.

Así llegaron los artistas a Montmartre, una colina al norte de París de canteras abandonadas, viejos molinos y descampados, donde vivían los pobres, los marginados, los rufianes y las prostitutas. Hacia 1880 era una zona mísera y peligrosa, pero en la que se podía trabajar y vivir con poco dinero, y donde su aire marcadamente rural inspiró a todos aquellos poetas, compositores, pintores y artistas, estimulados por unos habitantes alejados de los artificios sociales de la clase burguesa, y con los que enseguida empatizaron.

La aparición en Montmartre de los cafés, salas de baile y los cabarés artísticos, propició un ambiente de gran creatividad vanguardista. El primer cabaré musical, artístico y literario fue Le Chait Noir, fundado hacia 1881 por Rodolphe Salis, un artista frustrado, que lo convirtió en un espacio de promoción de las artes. Invitó a jóvenes artistas, escritores, compositores y músicos a utilizarlo como centro de operaciones. Allí se publicaban novelas, una revista y hasta se vendían cuadros. Y por las noches, cánticos y narraciones se mezclaban con su principal atracción: el teatro de sombras. Les Incohérents (Los Incoherentes), artistas y escritores protodadaístas y protosurrealistas, eran la clientela habitual de este cabaré y convirtieron a Montmartre en el foco de la vida artística y literaria de París. 

Hacia finales de siglo, Montmartre contaba ya con más de cuarenta locales para el entretenimiento, entre cabarés, cafés, music-halls, teatros, circos… Al cabaré Le Chat Noir (el primero de todos), le siguieron el Cirque Fernando, Elysée Montmartre, Le Moulin de la Galette, el Divan Japonais, el Moulin Rouge, el Théatre Libre… La transformación de Montmartre, con aquel ambiente cultural y lúdico, fue tan grande, que se convirtió en una atracción turística de lo más lucrativa.

Montmartre hacia 1889-1900

Hacia 1910, la popularidad del barrio de Montmartre era tal, que los precios de los habitáculos dejaron de ser baratos, y el encanto y el romanticismo que inspiraron a los artistas se perdieron. Es por ello que los círculos artísticos migraron a un nuevo barrio, justo a la orilla opuesta, en el margen izquierdo del río Sena: Montparnasse.

Sabías que... La música y el humor

Le Chait Noir fue el primer cabaré que obtuvo autorización policial para instalar un piano. Allí tocaron músicos y compositores de la talla de Erik Satie, Claude Debussy, Gustave Charpentier y Paul Demet entre otros.

Les Incohérents utilizaban la caricatura, el humor, la ironía y la parodia para cuestionar la hipocresía de la sociedad francesa. Algún artista académico se refirió a ellos como «anarquistas del arte».

QUÉ ES LA BOHEMIA

Para el filólogo Enrique López Castellón, “el bohemio, en sus orígenes, había sido, sencillamente, el habitante de la antigua y verde Bohemia, a orillas del Moldava, que había desempeñado un importante papel en la historia medieval, y cuya capital era Praga. Ya fuera porque en ella se concentraron muchos gitanos o porque de las orillas del Moldava surgieron excelentes músicos que se extendieron por toda Europa, la palabra «bohemio» acabó designando a los trashumantes, a los no burgueses, a los nómadas, a los músicos y a los aventureros.

Así llegó la vida bohemia a Francia, de manos de estos gitanos que emigraban a la capital y cuyo modo de vida despreocupado, dedicado a la alegría de vivir y a disfrutar de los placeres mundanos, inspiró a todo un movimiento cultural en París.

El término bohemia apareció por primera vez de la mano de Henry Murger (1822-1861) quien, a mitad del siglo XIX, relataba en su novela Escenas de la vida Bohemia, cómo transcurría la vida cotidiana de sus amigos artistas en el Barrio Latino de París. Y en ella se inspira Giacomo Puccini cuando compone su maravillosa ópera La Bohème.

La bohemia estaba integrada por artistas libres, de ideas progresistas e inconformistas con la sociedad burguesa que intentaba engullirlos. Defensores, ante todo, de la justicia y la libertad que reivindicaban a través de su arte. Para el resto de la sociedad, los bohemios eran considerados una amenaza anarquista, por su marcada conciencia social, que iban mal vestidos.

Portada libro Escenas de la vida bohemia de Henry Murger

Murger y los Bohemios

Henry Murger nos habla en su novela de distintas clases de bohemia:

La bohemia romántica y sentimental, optimista, placentera, inocente. En ella vemos ideales de independencia, de protesta contra las injusticias sociales y una ensoñadora esperanza que ve posible cambiar el orden vigente a través del arte.

La bohemia amarga, por ser realista y pragmática. Ha sobrevivido a las penalidades de una juventud idealista. Pero ahora es una bohemia sin meta, en la que, muertas las ilusiones juveniles, sus integrantes descienden a la categoría de hampones del malvivir, que habitan un inframundo nocturno localizado en los cafés y tugurios de la ciudad.

La bohemia estudiantil, que consistía en pasar con lo poco que se tenía hasta terminar los estudios y poder colocarse en algún trabajo bien posicionado o socialmente reconocido.

La bohemia inteligente, que según Joaquín Dicente «consiste en derrochar la vida y el ingenio y el oro, sin fijarse en el mañana; pero cuidándose del hoy y combatiendo a diario por algo, que siempre es grandioso, aunque muchas veces sea irrealizable: la conquista del porvenir.» (Tinta negra, 1892)

La bohemia de crápulas, que se dedicaban a subsistir dando el sablazo a todo aquel que se les pusiera por delante. Parásitos nocturnos que vagaban por las calles de la ciudad embaucando con su “pseudoarte” a todo aquel que quisiera escucharlos.

La bohemia malograda asistimos al final de aquellos que no han tenido éxito con su obra artística y sufren de pobreza y abandono, por lo que se aíslan y buscan la muerte en el alcohol o en otras drogas (como el hachís, el opio o la morfina), terminando sus días en un hospital o en un psiquiátrico. Es por ello que la locura se ha identificado como la enfermedad sintomática de los bohemios.

La bohemia ignorada, compuesta, según Henry Murger, por «artistas pobres, indigentes, condenados fatalmente a la ley del incógnito, porque no saben o no consiguen hallar un poco de publicidad para atestiguar su existencia en el arte, ni mucho menos demostrar lo que podrían llegar a ser cualquier día». Muy pocos salían de ella, no podían trabajar en otra cosa que no fuera su arte, esperando un reconocimiento que a veces llegaba una vez muertos. El fuerte romanticismo que emanaban estos bohemios cargados de un trasfondo de genialidad, resultaba muy atractivo a los ojos de aquellos que no advertían, porque no la padecían, la tragedia de la miseria, y quisieron imitarlos. A estos los tildaban de “aficionados” y comportaban la llamada bohemia descuidada.

La bohemia descuidada. La mayoría eran “niños bien” que quisieron experimentar este tipo de vida seducidos por lo distinto y ese sabor a genialidad, donde la vida nocturna se abría ante ellos con todo el desenfreno que atribuían a la bohemia. A ellos el «no cenar cada día, acostarse al raso bajo las lágrimas de las noches lluviosas y vestir ropas ligeras en el mes de diciembre les parece el paraíso de la felicidad humana, y para introducirse en dicha bohemia abandonan la familia unos, y otros los estudios que podrían producirles un honorable resultado» (Julio Camba). Sin embargo, pronto la abandonan por ser una vida demasiado dura para su acostumbrado buen vivir.

En todos estos tipos de bohemia, vemos la influencia difundida por tres maestros de finales del siglo XIX provenientes del Barrio Latino de París y bautizados como “poetas malditos”: Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. Frente al tedio de la vida burguesa reinante, proponen una vida comprometida en la búsqueda del arte por el arte, en la que nada más importe, aunque lleve a la miseria, a la frustración y finalmente al dolor. Esta bohemia decadente será la que se exportará desde Francia al resto del mundo.

Emilio Carrère. Poeta y periodista español. Madrid, 1881-1947

Bohemio. Por Emilio Carrère

Místicos de un ideal 

que van urdiendo quimeras,

príncipes del arte,

bajo de sus capas harapientas,

que en el café silencioso

cierran los ojos y sueñan

con Mimí, cuando el piano

canta el vals de la «Bohemia»[…]

Suaves rincones umbrosos

donde se siente la pena

de la vida que pasa

y la gloria que no llega.

LE BATEAU LAVOIR: EL HOGAR DE LOS ARTISTAS

Foto blanco y negro de Le Bateau Lavoir, el Barco Lavandería, de Montmartre, 1910
Le Bateau Lavoir en 1910
Foto Le Bateau Lavoir en la actualidad, París
Le Bateau Lavoir en la actualidad

En este edificio, del que sólo quedan las fachadas después de un incendio en 1970, Pablo Picasso realizó los últimos cuadros de su época azul, la época rosa al completo y su gran obra preludio del cubismo: Las señoritas de Avignon. Un edificio que acogió a numerosos artistas y escritores como Apollinaire, Max Jacob, Modigliani, Juan Gris, Van Dongen…

En un principio, el edificio (que constaba de tres pisos) fue una fábrica de pianos que su propietario decidió compartimentar en numerosos estudios, para alquilar a artistas sin demasiados recursos. Dotado de una estructura precaria (sin gas ni electricidad, y con fachadas de tablones de madera húmedos y desajustados) los inquilinos, además de ruidos y olores, compartían el intenso frío del invierno y el sofocante calor del verano. Max Jacob (escritor, poeta y gran amigo de Picasso) dijo irónicamente “no es para nada saludable, no hay luz, el mobiliario parece haber sido comprado en un mercado de pulgas, y solo existe un agujero lúgubre como inodoro, y un grifo de agua para todos en la planta baja”.

Su nombre Le Bateau Lavoir (barco-lavadero) se debe Max Jacob y Pablo Picasso, ya que su estructura de madera, con sus largos pasillos, les recordaba a los barcos amarrados a orillas del Sena que eran utilizados como lavaderos.

Artistas de diferentes nacionalidades llegaban aquí en busca de un alojamiento barato. Y pronto el ambiente de los burdeles, los espectáculos de música, los circos, y esa atmósfera de inconformismo que se respiraba, sirvieron para estimular sus mentes y gestar sus obras. Fue así como este edificio se convirtió en punto de encuentro donde discutir de arte.

A pesar de la miseria del lugar, Picasso escribió: “Sé que volveremos al Bateau-Lavoir. Es allá dónde fuimos verdaderamente felices, fuimos considerados como pintores y no como bestias extrañas”.

Pablo_Picasso_1904_París. Fotografiado por Ricard Canals i Llambí
Pablo Picaso en 1904, París. Fotografiado por Ricard Canals i Llambí. Fuente: Photo (C) RMN-Grand Palais

Sabías que... Picasso en su primer estudio

En 1904, Picasso se instala definitivamente en París. Tiene veintitrés años y tras tres cortas estancias en la ciudad parisina en años anteriores (1900, 1901 y 1902), decide alquilar un estudio en el Bateau Lavoir. En una carretilla lleva el poco mobiliario que le ha comprado al escultor Pablo Gargallo (que ha decidido volver a Barcelona): un catre, un colchón, una mesa, una silla y una palangana. Su taller, al fondo del pasillo, es relativamente amplio, aunque sus amigos lo llaman “la habitación de la criada”. Pinta de noche, y la mayoría de las veces a la luz de una vela que sostiene en el brazo, con la tela tendida en el suelo. Su taller se ha convertido en el lugar donde van a parar los artistas españoles que, como él, llegan a París a inspirarse en la gran ciudad del arte.

Camile Pisarro, Edgar Degás, Pierre-Auguste Renoir, Henri Toulousse Lautrec, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, Pablo Picasso, George Braque, Jean Cocteau, Amadeo Modigliani, André Derain, Juan Gris, Ambroise Vollard, Henri Matisse, Suzanne Valadon, Tristan Tzara, Ivette Guilbert, Constantin Brancusi, Kiki de Montparnasse, Erik Satie… Todos estos y muchos más poblaron las calles del barrio más bohemio de París, donde se gestaron las obras de jóvenes artistas venidos de todo el mundo.

Pintores, escritores, músicos, poetas, cantantes… Todo un universo agitado de artistas e intelectuales que, junto con sus musas, hicieron de París la capital de las artes.

Una época y un lugar recordado con nostalgia en la célebre canción de La Boheme de Charles Aznavour:

Fuentes:

Henry Murger. Escenas de la vida Bohemia

Jordi Luengo López. Escenas de la vida bohemia. Una aproximación a la creatividad amoral del «submundo» urbano

Catálogo de la exposición: Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre. Obra social «la Caixa»

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